jueves, 17 de noviembre de 2016

Un arbusto, en una llama casi azul.


I.

Desde mi ventana observo cómo se quema un arbusto.

No voy hacia él.

Pero lo observo.

Está ahí, en medio del patio.

La llama es casi azul.

Extraña.

La noche misma es extraña.

Como si estuviese hecha para contemplar, no para buscar explicaciones.

Así, el corazón no se inmuta.

El corazón no pregunta.

Tal vez también esté, ahora mismo, envuelto en una llama azul.

Y tal vez, como el arbusto, no se consuma en lo absoluto.


II.

¿Saben?

Esto ocurre cada noche.

Lo del arbusto, me refiero.

Siempre me asomo a mirarlo y encuentro también la llama azul.

Pero claro, esta noche todo parece más extraño.

Más extraño y al mismo tiempo más tranquilo.

Y es que flota en el aire, incluso, algo que bien puede parecer un fin.

Algo que incluso puede serlo.


III.

¿Y si este es el fin?

¿Qué pasa si esta es la última vez que ese arbusto se enciende ahí, bajo esa llama azul?

¿Extrañaré la llama azul?

¿Y mi corazón, allá adentro…?

¿Por qué no pregunta junto a mí?

¿Por qué acepta todo tan fácil?

¿Por qué no arde, el corazón?


IV.

Corre un viento agradable esta noche.

Como he abierto la ventana recibo la brisa en el rostro.

Intento sentirla.

Dejar solo de observar, me refiero.

Cierro los ojos.

Respiro.

Entonces me decido a ir hacia el arbusto.

Todavía está en llamas.


V.

Acerco mis manos hacia el arbusto y toco el fuego.

Las llamas azules pasan entre mis dedos.

Entonces acerco más las manos y en vez de tocar el arbusto, doy con mi corazón.

Un arbusto pequeño, en medio de la noche, envuelto en llamas suaves.

Tal vez ni siquiera sea mi corazón, pienso ahora.

Es decir, no solo mi corazón…

Tal vez este sea el corazón de todos.

Como una antorcha pequeña que ilumina el final de algo.

Como millones de antorchas pequeñas.

Me quedo ahí entonces, sintiendo, hasta que amanece.

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