sábado, 31 de diciembre de 2016

Chicos con lanzallamas.


Chicos con lanzallamas.

Las calles se llenas de chicos con lanzallamas.

¡Por fin las calles se llenan de chicos con lanzallamas!

Avanzan por las calles con las armas encendidas.

Nada de celulares, nada de consolas, nada de cuadernos de ejercicios.

Estos son chicos con lanzallamas.

No es necesario nada más.

Nada de concesiones.

Nada de poder ni cadenas de mando.

Ni siquiera la palabra es ya cosa necesaria.

Simplemente chicos con lanzallamas.

Desde las ventanas los observan y comentan escondidos.

Los viejos los observan.

Los que serán ceniza los observan.

Ahí van esos chicos con lanzallamas, señalan.

Ningún uniforme los distingue.

Por momentos incluso parecen ser arrastrados por las llamas.

No se persignan frente a las iglesias.

No se perturban cuando se acercan hacia sus padres.

Actúan todos en bloque aunque las decisiones son esencialmente individuales.

No distinguen siquiera lo que fue alguna vez de su pertenencia.

¡Esto es lo que esperábamos!

Ya sin fe.

Prácticamente agotado.

Por fin aparecieron los chicos con lanzallamas.

Yo mismo quise ser uno, pero ya estoy viejo.

Avanzan por la ciudad.

Por un momento todo es humo.

La ciudad desaparece tras sus pasos.

Tal vez no sepan dónde van, pero la llama parece una buena guía.

Chicos con lanzallamas.

Las calles se llenas de chicos con lanzallamas.

Vienen hacia acá y yo los espero.

Sus pasos se escuchan.

La ciudad arde tras ellos.

Y el fuego es hermoso y rotundo, como debiese ser la voz de Dios.

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