jueves, 1 de diciembre de 2016

El agua caliente no existe.


De noche pensaba cosas. Asuntos absurdos mayormente. Por ejemplo, una vez creyó descubrir que el agua caliente no existía. Anotó las ideas en un papel, mientras esperaba a que el agua se entibiara, en la bañera. El agua caliente no existe, decía el papel. Si bien no recuerda bien los argumentos al parecer estos tenían que ver con el continuo enfriamiento del agua. Algo así como que el agua caliente no existía por sí misma. Cosas sin mucho sentido, explicaría tiempo después.

Así como esa observación tenía muchas otras, que mostraría semanas después a un psiquiatra al que la derivaron en el trabajo. No le había gustado la idea, pero había tenido que excusarse varias veces por estar demasiado distraída y esa parecía ser la mejor solución.

El siquiatra decidió atribuir todo a una depresión leve que recomendó, de todas formas, tratar vía fármacos. Pastillas azules y pastillas amarillas, resumió. Las azules en la noche y las amarillas de mañana. Lo dejó escrito en un papel, pegado en el espejo del baño.

Con todo, los pensamientos extraños que tenía por las noches siguieron preocupándola. Por ejemplo, un día pasó horas pensando que en vez de esas dos pastillas podría tomar una sola, de color verde, al mediodía. Lo pensaba seriamente, por supuesto. También lo anotó en un papel.

Una noche, sin embargo, en que no parecía tener mayores preocupaciones, se asustó llegando a una conclusión que también anotó en un papel. Estas observaciones son lo único que tengo, dejó escrito esa vez. Y entre paréntesis, más abajo: lo único verdaderamente propio que tengo.

Me mostró ese papel y algunos otros hace unos días, mientras estábamos en su casa. Afortunadamente no parecía darle mayor importancia. Al parecer, ya no le ocurría en lo absoluto.

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