domingo, 1 de enero de 2017

Un poco de honestidad, al comenzar el año.


Empecé este blog hace casi siete años. Con una voz y razones que hoy me son lejanas. Pensando que escribir todos los días reforzaría cierta honestidad que estaba intentando recuperar. Honestidad con uno mismo, principalmente. Me dije que el día que no subiera nada lo dejaría para siempre. También me dije que no tendría textos corregidos o que buscasen tener cierto valor literario o que pudiesen considerarse como una “buena escritura”. Asimismo, se iniciaba entonces una cuenta regresiva que terminaba en estas fechas, cuando abandonaba mi trabajo y me iba a vivir a un lugar más apartado y lluvioso donde trabajar seriamente un proyecto que si bien era unitario, podría desarrollarse en dos ámbitos: proyecto de vida y proyecto de escritura. Hace varios meses, sin embargo, ese proyecto se truncó y, al menos, se postergó por un tiempo todavía indefinido. Por lo mismo, al agotamiento de estos años de trabajo y a la renuncia de ciertos aspectos de mi vida se le sumó de pronto esta ausencia de fin, que me permitía de alguna forma afrontar de mejor forma estos años (sobre todo estos últimos) donde dejé muchas cosas de lado y me alejé, en muchas ocasiones, de quién soy. Puede que solo sean excusas y que todo esto no sea más que egoísmo y cobardía, pero intento pensar que no lo es. Y hasta intento vivir como si no lo fuera. Al mismo tiempo, intento ver más allá de mí. Salir de la posición de víctima. Respirar hondo. Mojarme la cara. Escuchar a los otros. Lamentablemente, cada vez funciona menos. Y me vuelvo profundamente amargo aunque intento, de verdad, acercarme a la alegría y disfrutar cosas sencillas. Supongo que en esta oportunidad no se trata de mirar el vaso medio lleno o medio vacío, sino que yo  mismo soy aquel vaso. Y es difícil serlo. Me cuesta reír. Me cuesta escribir. Me cuesta proyectar incluso un nuevo día. Me cuesta no defraudarme cuando me acerco a los otros. Me cuesta confiar. Me cuesta amar a mis semejantes y hasta quererme a mí mismo. Más allá de todo lo anterior, sé que puedo aguantar y buscar todavía un poco más. Llegar a leer, a estar con mi hijo, a trabajar con pasión, a escribir intentando siempre acercarme al centro y permanecer honesto. Tengo la esperanza de poder reencantarme alguna vez. La esperanza de esa gracia. Hoy empieza un nuevo año y supongo que esto sigue. No sé siquiera a quién sonreírle, pero lo hago. Sobre todo para aquellos que también se esfuerzan. Sobre todo porque algunos creen y se cansan y siguen de pie siempre. Así, si una de esas personas pasa a veces por aquí, tenga la certeza que seguirá habiendo un texto nuevo cada día. Intentaré que sea menos amargo. Que haga bien, de alguna forma. Que sea un abrazo o al menos un saludo. ¿Se saben el chiste del hueón que escribía a diario en un blog por casi siete años y a veces creía que sufría y otras se creía un genio y otras pensaba que podía ver el corazón de las personas…? Pues yo no lo conozco por completo. De hecho, dicen que todavía no termina. Ahora bien, si me preguntan, yo simplemente espero que al final provoque una alegría pura. Eso y nada más es lo que espero. Un reencantamiento. Una alegría pura.

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