miércoles, 1 de febrero de 2017

Diez plantas que no se querían plantar.


Planté diez plantas que no se querían plantar.

Arrugaban sus frentes y se mostraban indignadas.

¡Pobres plantas…!

Mi intención nunca fue ofenderlas.

Tal vez fue porque vi desnudas sus raíces.

Tal vez no les gustó la tierra a un costado de mi casa.

¡Cómo se resistían las pobres…!

Se aferraban a mis dedos.

Se volteaban hacia fuera de la tierra.

Eran como samuráis que preferían una muerte supuestamente digna.

Si hasta el agua que les entregué, se negaban a beberla.

No parecía alegrarlas el sol.

¿Acaso no saben que la muerte nunca es digna…?

¿No podían ver que yo quería ayudarlas?

Y es que de verdad fueron varios mis esfuerzos

Intenté hablar con ellas y no respondieron.

Toqué la trompeta y se hicieron las sordas.

Les conté el chiste del filodendro tartamudo y ni siquiera hubo una sonrisa.

Y claro, puede ser que no les interesara hablar de poesía medieval.

O que desafiné un tanto, pues era la primera vez que tocaba la trompeta.

O que no tuviese un buen remate el chiste del filodendro.

Aunque claro… tal vez fuese simplemente por la mudanza forzada.

Así, no me quedó más que plantarlas a la fuerza y regarlas aunque hicieran gárgaras.

Después de todo, pensé, yo tampoco quería estar acá.

Y claro, con el tiempo, ellas tendrán que querer otra vez la vida.

Eso pensé, pero no se los dije.

Por la tarde, afortunadamente, me fijé que bebieron igual el agua.

Y hasta se estiraron un tanto, cuando el sol se empezó a guardar.

Parece un gesto pequeño, pero es sin duda un paso importante.

Y es que cualquier alegría, aunque pequeña, debe ser siempre cosa importante.

Además, de paso, yo también me alegré un poquito.

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