domingo, 19 de febrero de 2017

Los domingos viene el cartero.


Los domingos viene el cartero. Cerca de las doce. Generalmente toca el timbre y espera a que yo salga. Luego nos saludamos brevemente y dice que no tiene cartas, para mí. Entonces yo le pregunto si debo pagar algo, pero él dice que no, que solo me lo comenta porque es extraño, que nunca tenga cartas. Ni cuentas, ni saludos, ni promociones. Nunca traigo nada, me dice. Entonces yo asiento y a veces digo algo, por cortesía. No me gustan las cuentas. No tengo tarjetas. Cosas de ese estilo, le digo. Él no alarga la conversación, pero tampoco se va. No sé si haga lo mismo en otras casas que no reciban correspondencia, pero acá siempre viene y tiene el mismo comportamiento. Entonces yo le ofrezco agua, o un jugo, o hasta una cerveza, pero nunca acepta nada. Me mira, simplemente, como si dudase de mi existencia, y luego se va. Tal vez debiera molestarme, pero lo cierto es que no lo hace. Y es que el cartero tiene un tono afable y hasta a veces pienso que su preocupación es genuina. Me refiero a que no viene a molestar, ni a burlarse, ni nada por el estilo. Solo viene a decirme que nuevamente no hay cartas. Después de todo, me digo, debe ser así en todo lugar. En otras palabras, esto debiese resumirse en una observación simple: los domingos viene el cartero, y eso es todo. Ni siquiera alcanza para una historia.

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