lunes, 27 de febrero de 2017

No saber el nombre de una flor.


I.

Vimos una flor.

Mientras acampábamos vimos una flor.

Justo a un costado de nuestra carpa, la vimos.

Brotar en un inicio.

Marchitarse y morir, también lo vimos.

Nunca supimos cómo se llamaba.

Buscamos y preguntamos, pero nunca supimos.

Nos entristeció, incluso, no saber.

Y es que entonces pensamos que era algo importante.

Creímos que era importante, me refiero, saber un nombre.


II.

Investigamos esa flor.

Ya estando muerta investigamos esa flor.

Sacamos fotos.

Contamos pétalos.

Buscamos sus raíces.

Por cierto: podría decirse que no encontramos raíces.

Es decir, las encontramos, pero eran muy pequeñas y no estaban aferradas a sitio alguno.

No sabemos realmente si eso puede considerarse tener raíces.


III.

Tras pensarlo, decidimos que era una buena señal no tener raíces.

O que no se ramificaran, al menos, esas mismas raíces.

Y es que es el mal, a fin de cuentas, el único que se ramifica.

Como las células cancerígenas y ese tipo de cosas.

El bien en cambio no sigue estas costumbres.

No es raíz, digamos.

Por eso pensamos que era una buena señal.


IV.

Guardamos nuestras cosas y terminamos de acampar.

Tras sacar la carpa el piso siempre queda marcado, sobre todo si hay pasto.

A unos pasos, a un costado, había nacido y muerto una flor.

Al menos eso, pensamos, podíamos recordarlo.

Todavía no conocemos, sin embargo, el nombre de la flor que vimos esos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales