martes, 28 de febrero de 2017

No se acaban los fósforos.


No se acaban los fósforos.

Quemas y quemas y no se acaban.

De pequeño encendía algunos a escondidas, detrás de la casa.

Hora tras hora los encendía.

Nunca se acabaron los fósforos.

Crecí incluso y no se acabaron.

Encendí con ellos pequeñas cosas, y no se acabaron.

Me quemé hasta los dedos tratando que se consumieran por completo.

Y claro, cuando lo logré me di cuenta que aún quedaban.

Fue entonces que empecé a quemar cosas ahora no tan pequeñas.

Juguetes envueltos en papel.

Cuadernos y cartas que encontré en casa.

Pero claro… así y todo no se acababan los fósforos.

Tal vez, comprendí, estaban ahí para hacer cenizas algo.

Lo no esencial, tal vez.

Lo innecesario.

Convencido, me quemé la mano izquierda pues no servía.

También quemé parte de mi cara, una oreja, a Dios y hasta a mi madre.

De todas formas no hubo caso…

¡No se acabaron los fósforos…!

O había mucho más que era innecesario o simplemente mi teoría era fallida.

No supe bien qué pensar.

Seguí quemando de vez en cuando, aunque si soy sincero intentaba más bien olvidar aquel asunto.

Por último, intenté quemar los fósforos.

Reuní entonces todos los que encontré e hice una gran pira.

Y claro, me gustaría decir que ese fue el final, pero no sería cierto.

De hecho, eso ocurrió hace ya casi siete años.

Me refiero a que la pira está ahí, todavía.

A medio apagar, es cierto, pero aún encendida.

Nunca se acabaron los fósforos, podría incluso decir, si nterpretara aquello.

Aunque claro, también alguien podría agregar que aquello, no es finalmente del todo exacto.

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