domingo, 2 de abril de 2017

Nuevo juego.


Antes no era así.

El juego antes consistía en tocar el timbre y salir corriendo.

Ahora siempre que lo tocan veo a un niño parado en la puerta.

Poco a poco este hecho se ha vuelto más constante y ahora el niño no se va.

Desde aquí puedo verlo, mientras me escondo tras las cortinas.

Ni yo sé por qué me escondo.

No es cuestión de miedo, en todo caso.

Digamos que es una táctica, más bien.

Desde el segundo piso, además, puedo ver que esto se repite en muchas casas.

Me refiero a que cientos de niños tocan el timbre y se quedan fuera, como si esperasen.

Un niño en cada casa.

Nadie abre la puerta.

Tal vez todos sabemos que es un juego y por eso no salimos.

Permanecemos con las luces apagadas.

No hacemos ruido y fingimos no estar en el lugar.

Mientras, los niños afuera no se mueven.

Pasan las horas y no se mueven.

De vez en cuando vuelven a tocar el timbre.

Puede ser algo incómodo pero al menos me da esperanzas de poder ganar.

Y es que acá en casa tengo baño, agua, comida y hasta puedo recostarme un rato.

El niño que está afuera, en cambio, deberá cansarse de un momento a otro.

Se le doblarán las piernas.

Tendrá hambre.

Pasará frío en la noche, si no se aleja.

Y claro, si no lo hace, en algún momento se desplomará.

Sí… sin duda se vendrá abajo antes que nosotros.

Tenemos las de ganar, entonces.

Por lo mismo, no deja de extrañarme una última observación.

No me explico por qué sonríe.

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