miércoles, 17 de mayo de 2017

De vez en cuando hablo con Pitágoras.


De vez en cuando hablo con Pitágoras.

Se aparece en un sector de la casa y comienza a hablar en voz alta.

Entonces le llevo galletas y leche y él se las come con fruición.

Y claro, como alguna vez estudié griego intento entender lo que dice, pero al parecer habla en un dialecto que no alcanzo a comprender.

Ante todo, intento llevarlo a hablar de números y a qué me explique cómo podrían existir previamente a las cosas.

Lamentablemente, solo escucho sonidos extraños y gestos para que le traiga más galletas.

Entonces vuelve a comerlas sin dejar rastro alguno.

Eso pasa siempre con Pitágoras.

Las últimas veces, sin embargo, he intentado establecer una comunicación a través de signos, que voy dibujando en una bandeja con arena.

Cuando lo hago, Pitágoras me mira y a veces parece jugar con la arena, unos minutos.

Lamentablemente, tras devolverme la bandeja, la arena suele estar revuelta, pero no se aprecia en ella signo alguno.

Tal vez me esté hablando del cero, pienso entonces.

Así, vuelvo a una cuestión esencial que radica en definir –o no-, al cero como un número.

En este sentido, espero algún día comprender a Pitágoras e incorporar a mi postura, algunas observaciones de uno de los grandes.

Mientras, me preocupo de tener siempre raciones de galletas y leche entera.

Mi hijo, en tanto, me molesta diciendo que es un mendigo que entra a casa y que, según él, tiene problemas mentales.

¡Qué sabe él, sin embargo, de los presocráticos…!

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