sábado, 29 de julio de 2017

Arena. A veces.


Arena.

Pasa el tiempo.

A veces, percibimos.

Horas.

Días.

Años.

Las estaciones pasan.

A veces observamos.

Todo lo que hicimos en arena, vuelve a la arena.

Las huellas se borran.

Los caminos se borran.

Las pirámides, incluso, vuelven a la arena como el hombre a la tierra.

Y entonces.

Ocurre que a veces sentimos.

De esto no hablo, pero cada silencio es cierto.

Sentimos.

Silencio.

Más silencio.

Finalmente, sin embargo, solo la arena, contra la piel.

A los que observaban, incluso, la arena a veces les corta los ojos.

Sorprende que entonces, creemos, no sentimos.

No nos duele, la arena.

No nos duelen los cortes.

No nos duele el silencio.

No nos duele, en definitiva, el no sentir.

Y es que a veces.

Ocurre que a veces el no sentir convence fácilmente.

Es un camino limpio, digamos.

Y la arena a veces se vuelve vidrio y los vidrios paredes.

Nos olvidamos, entonces.

Nos olvidaos del viento.

Olvidamos, incluso, que estamos ahí mientras la arena.

Cambia y siempre es una, la arena.

Dos hombres que estaban frente a frente, por ejemplo.

Dos hombres que estaban frente  se creían muertos.

La arena les llegaba a las rodillas.

El silencio hizo borroso el mundo.

El no sentir paralizó su sangre.

Hasta que uno estornudó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales