miércoles, 2 de agosto de 2017

A una hora de distancia.


Todos los miércoles.

Aproximadamente a una hora de distancia.

Alguien intenta sacar unas notas en algo,
que bien podría tratarse de un violín.

Sucede por las noches.

Una y otra vez, intenta
ese alguien.

No acierta, por supuesto.

No acierta con las notas, me refiero.

Eso es evidente.

Extrañamente, sin embargo,
el sonido no me es
desagradable.

Cansado, incluso,
en medio de la noche,
pero no me es
desagradable.

Entonces, además, otros ruidos.

Todos a una hora de distancia.

Pisadas pequeñas.

Intentos de vuelo, de un pájaro.

La respiración de alguien que observa.

Tal vez pueda, piensa alguien.

Con mi voz, él piensa.

No sé por qué yo lo escucho.

Como en un teléfono que se cruza,
lo escucho.

Todos los miércoles, extrañamente.

Solo los miércoles.

Aproximadamente –como decía-,  a una hora de distancia.

Casi como una conversación.

En medio de la noche.

Como en una línea que se cruza
donde mi voz está hablando con alguien
que no responde.

Eso es lo que percibo.

No sé, sin embargo, de qué trata.

Si soy yo, pienso entonces,
o si esa voz es la mía, más bien,
tal vez yo esté, realmente,
a una hora de distancia.

El sonido sigue, entonces,
mientras pienso.

Las pequeñas pisadas, por ejemplo.

Todo hasta que el silencio se instala
casi como una imagen.

Como una certeza, más bien
y una imagen.

El pájaro ese de la izquierda,
quiere decir mi voz,
ciertamente no va a volar.

No va a hacerlo, repite.

Pero todavía insiste

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