domingo, 6 de agosto de 2017

Balas de cañón.


Me cuentan que un bisabuelo holandés coleccionaba balas de cañón.

Un par de años después de llegar a Chile, mandó a que las trajeran.

Las enviaron en cajas de madera, que enviaban cada tres meses.

En cada oportunidad llegaba una caja con ocho balas dentro.

Creo que era mi bisabuela  y dos de sus hijos quienes iban a buscarlas.

Parte del trayecto lo hacían en carretas y luego simplemente cargaban la caja.

Cada bala, al parecer, tenía unas señas que indicaban su procedencia.

El abuelo podía entenderlas, pero nunca contó los detalles a nadie más.

Mandó a que sus hijos construyeran repisas y fue colocándolas las balas, en hileras.

Por el peso, las repisas tenían que ser construidas con gruesos tablones.

Ningún otro mueble de la casa estaba hecho de tan buenos materiales.

Dicen que llegó a tener cerca de seiscientas.

Dicen que un día que notó que estaban sucias golpeó a mi bisabuela.

Nadie da detalles, pero al parecer no se trataba de golpizas simples.

Y es que a veces ella perdía un hijo o en otras un par de dientes.

Esa vez, sin embargo, fue la última golpiza.

Días después encontraron su cuerpo en un pozo, cubierto con seiscientas balas de cañón.

Mi bisabuela volvió s casarse luego de un par de años.

Su nuevo esposo tenía una pierna de palo, pero no guardaba colección alguna.

Al parecer esto último fue lo que convenció a mi bisabuela.

Supongo que no habían, realmente, otras razones.

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