jueves, 3 de agosto de 2017

Once cajas, dispuestas en hileras.


Yo no alcancé ni a preguntar y ya ellos intentaban explicármelo. Sin grandes teorías. Sin necesidad de cuidadas demostraciones. Se trataba más bien de una serie de revelaciones que debían aclarar nuestras inquietudes. Como si estuviésemos contra el tiempo, me daba la impresión. O como si cada pregunta hablara mal de lo que ellos podían llegar a explicar, sin necesidad de ellas. Me refiero por ejemplo al asunto de las cajas. Aunque todo en el fondo vino a revelársenos de la misma forma. ¿Preguntamos por el porqué de esas once cajas cerradas y en hileras? Muy bien, nos dijeron. Ahí están cada una de esas cajas abiertas y ahora dispuestas de otra forma. No sé si logro expresarlo de buena forma. Pero en el fondo era posible que sintiésemos que más allá de una explicación lo que se nos entregaba era una forma de castigo para cada una de nuestras preguntas. ¿Un niño pregunta por qué es un animal? Pues entonces ustedes lo capturan y lo abren frente a dicho niño. ¿Una persona pregunta por el sentido de la vida o el centro de su significado? Y ustedes le entregan la muerte, sin  más, como experiencia reveladora. ¿Alguien pregunta sobre el amor? Ustedes se lo arrebatan y demuestran la inutilidad de preguntar por aquello de lo que carecemos. Es decir, no puedo sino sentir que ustedes fomentaban nuestra falta de preguntas. Nuestra aceptación silenciosa. Nuestro vivir en definitiva, con esas once cajas, dispuestas en hileras, sin efectuar pregunta alguna. ¿No creen acaso que se trata de un amedrentamiento injusto? ¿No pueden ustedes mismos acabar siendo víctimas de aquel procedimiento? Y es que yo no alcancé ni a preguntar, como les decía, y ya intentaban explicármelo. Esta es la autopsia del mundo, parecían decirme. Y solo desde ese punto, podemos ahora explicarle.

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