domingo, 27 de agosto de 2017

Un árbol muerto.


I.

Hoy pasaron los de la municipalidad buscando árboles muertos.

Observan por las calles. Llaman a las casas. Ofrecen sus servicios.

Si usted nos autoriza, nos dicen, podemos arrancar ese árbol.

Ya está muerto, nos señalan.

Aunque siga dando hojas ya está muerto.

Entonces uno de los hombres nos muestra unas imágenes.

Habla de una corteza superficial que genera de vez en cuando algo de follaje, pero al parecer tanto la raíz como el tronco son simples trozos de madera.

Este árbol no es Pinocho, nos dice el otro hombre.

Es madera, solamente, nada más.


II.

Nos dejan unas hojas para que pongamos nuestros datos.

También nos ofrecen una lista de otros árboles que nos interesaría plantar.

Según se indica, arrancar el árbol es gratis, pero hay que pagar por el nuevo.

Nos dejan una especie de catálogo donde se indican algunas rebajas y convenios, para el que queramos comprar.


III.

No soy un héroe así que firmo los papeles.

Nos dan una fecha, mientras clavan en el tronco una autorización para cortar.

Arriba del árbol todavía hay un nido, pero está abandonado.

Miro el árbol y pienso que está muerto.

Casi todo en este mundo, me digo, está muerto.

Riego el árbol, entonces, en señal de despedida.

Ningún otro, por cierto, ocupará su lugar.

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