jueves, 31 de agosto de 2017

Un gigante en un pueblo pequeño.


Mi abuela contaba que en un pequeño pueblo del sur, cuando ella era una niña, había conocido a un gigante.

Lo tenían escondido en la parte de atrás de una iglesia, junto a unos pocos animales.

Ella lo había descubierto gracias a unos amigos de su hermano, que iban hasta el lugar, a molestarlo, para ver qué hacía.

Por la descripción que daba mi abuela calculo que debe haber medido poco más de tres metros.

De todas formas, ellos casi siempre lo vieron encorvado o simplemente acostado, pues el lugar donde debía permanecer era estrecho y no tenía suficiente altura.

Con un poco de vergüenza mi abuela cuenta que una vez los sorprendieron tirándoles piedras y debieron huir del lugar.

El gigante, por lo demás, no parecía reaccionar más allá de cubrirse o manifestar algún gesto de dolor.

-Se dejaba hacer -decía mi abuela-, y uno lo hacía cruelmente, pero sin pensar. Era como sacarle los ojos a un pescado.

Fue en una de esas visitas cuando mi abuela dijo que sin esperarlo, logró verlo directamente. Y es que mientras miraba por una rendija se encontró directamente con la mirada del gigante, que también atisbaba en dirección contraria.

-Eran ojos más humanos que los míos –intentaba explicar mi abuela-. Ojos grandes y temerosos… y más humanos que los míos.

Poco tiempo después, aunque mi abuela no podía calcular bien ese periodo, se habría producido un incendio en la iglesia, quemándose el lugar donde estaba el gigante y los animales.

-Nunca más supimos de él –concluía mi abuela-. Y tampoco vi nunca más, ojos como los suyos.

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