miércoles, 4 de octubre de 2017

A medio hacer.


Fiebre.

Lluvia.

Frases a medio hacer.

Por la tarde cuarenta grados.

Cuarenta grados y tercianas.

Sin lluvia.

Pastillas.

Líquido y pastillas.

Entonces la noche, de pronto.

De pronto la noche y la página en blanco.

Nada más.

Y es que a estas alturas, digamos,
el genio quedó atrás.

Ni siquiera duele decirlo.

No hay intento de disfraz.

No hay vergüenza, siquiera.

Y es que la aceptación no era,
después de todo,
una cuestión discutible.

Fiebre.

Lluvia.

Más lluvia.

Cede un poco la fiebre, pero han pasado seis horas.

Si la página dejó de estar en blanco,
nadie podría asegurarlo.

Y es que la lluvia vino y borró todo.

Así ocurren las cosas, supongo.

El final de las cosas, me refiero.

Hoy mismo, por ejemplo, en medio de la fiebre,
entraron en la casa un par de caracoles.

Yo los vi entrar y pensé que alucinaba.

Entonces los perdí de vista y comenzó la lluvia.

La fiebre, las pastillas y la lluvia.

Y sobre la página en blanco hay ahora,
un par de huellas plateadas.

No hay genio, decía,
pero hay dos huellas plateadas.

Una invitación al fin, tal vez.

A escribir una última palabra
en cada una de esas huellas.

Cuando pensaba hacerlo volvió la lluvia.

Y la fiebre.

Y los caracoles estaban frente a mí, inmóviles
y sin expresión alguna.

No hay fin, les dije,
y cerré los ojos.

Luego volví a cerrarlos.

No hay genio, pero no importa, me dije.

Esa es toda la verdad.

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