domingo, 15 de octubre de 2017

La locura es sin molinos.


I.

La locura no es locura si ha de requerir molinos.

Eso es más bien problemas de visión o una fiebre cualquiera.

En cambio, los gigantes de la locura están ahí desde siempre.

No necesitan disfraz, ni soporte ni material alguno.

No requieren del trueno para lanzar sus gritos.

No hacen uso de la muerte para causarnos dolor o derrotarnos.

Y es que el corazón palpita y ruge bajo los pies del loco.

Y el mundo mismo en que habita, es el mayor gigante.


II.

¿Qué habría visto Sancho de no ver molinos?

¿Qué habría visto Sancho de no inventarlos?

Digamos entonces que los molinos existen para el cuerdo.

Para que no se derrumbe el mundo del que observa de cerca la locura.


III.

Por la noche salen cuadrillas de hombres a plantar molinos.

Donde hay un espacio libre ellos van y colocan uno.

Su tarea es importante, pues lo que hacen, en el fondo, es rellenar las grietas.

Llenar de pilares el mundo para que este no se venga abajo.

Y es que es preferible la locura tibia a la manifestación verdadera.

Así no vemos al gigante, ni vemos tampoco la locura.

Nada ha de cambiar, por tanto, si no quemamos los molinos.

O si no atacamos, sin contemplación, al hombre que los planta.

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