domingo, 31 de diciembre de 2017

Bienaventurados y bienaventuradas.


Le pregunté a Dios, pero no responde.

Le pregunté si estaba bien o era una exageración el proyecto de una de las tantas iglesias que existen hoy en día, para adaptar las escrituras a un lenguaje que no discrimine a ningún género.

Y claro, como le pregunté y no hubo respuesta decidí ir yo mismo a escuchar un sermón, en el que oí –entre luchas otras cosas-, lo siguiente:

“Bienaventurados y bienaventuradas los y las que lloran porque ellos y ellas serán consolados y consoladas”

Y claro, ante semejante transformación no pude sino incomodarme y me fui del lugar, un tanto molesto.

Así, inquieto –pero lo suficientemente sensato como para no preguntar a mis iguales-, insistí con las consultas directas, obteniendo nuevamente un único y grandioso silencio, por respuesta.

Fue entonces que pensé que tal vez el error estaba justamente en la forma en que me dirigía a Dios, por lo que incluí consideraciones lingüísticas para ambos géneros en mis futuras consultas.

Esta vez, increíblemente, escuché una voz que llegaba desde todas direcciones y que dijo, más o menos, lo siguiente:

-Nada estuvo, está ni estará bien en todo esto… El lenguaje mismo es el error… Nada han dicho ni dicen ni dirán, que merezca haberse dicho, estar diciéndose o ser dicho…

Luego de esto, consecuentemente, se calló.

Desde entonces, por cierto, yo también estoy considerando actuar según sus observaciones.

Pero aún no me decido.

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