miércoles, 6 de diciembre de 2017

Ellos querían luz.


No entendí sus razones, pero ellos querían luz.

Eso al menos me quedó claro.

Entonces intenté explicarles, pero no escuchaban.

Exigían luz, más bien, como si pudiese yo brindarla.

Fue entonces que abrí el libro y les dije lo esencial.

No hay luz sin llama, creo que les dije.

No fue sino a la quinta vez que uno de ellos mostró entendimiento.

Luego fueron dos y finalmente el grupo completo.

No hay luz sin llama, repetí.

Y no hay llama sin fuego.

Fue entonces que ellos se miraron entre sí y la comprensión pareció posible.

Debemos prender el fuego, dijo uno de ellos, y los otros asintieron.

 Algunos fueron por materiales combustibles, otros se dieron por vencidos de antemano.

Recuerdo uno que escribió en una hoja que ellos querían ver en medio de la noche.

Lo explicó de una manera poética, es cierto, pero sus palabras no parecían ir a ningún sitio.

Y es que ellos, a fin de cuentas, no tenían qué quemar, y no querían tampoco quemar el mundo.

Fue por eso que ellos comenzaron a construir cosas.

Cosas que fueran combustible para mantener el fuego.

Fuego para hacer brotar la llama.

Y la llama, por supuesto, para ser luz e iluminar la noche.

Puedo dar fe que ese fue el sentir de todos.

Y puedo demostrar, de paso, que la luz surgida de esta forma, no se extingue.

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