jueves, 14 de diciembre de 2017

Sin eco.

Leí sobre el caso hace algún tiempo en una revista de divulgación científica. Y claro, apenas me di cuenta que uno de los ejemplos del fenómeno era un amigo de infancia, intenté recordar si tenía en mi memoria algún tipo de noción que me llevara a corroborar lo expuesto en aquel artículo. El texto en cuestión -en resumen-, abordaba el caso de varias personas cuyas voces eran incapaces de generar eco. En la revista, además de la explicación científica, se incluían fotos y el detalle de las historias que narraban la forma en que cada sujeto se había dado cuenta que le sucedía esta anomalía. En el caso de mi amigo de infancia, se incluía una foto en que aparecía él, otro amigo que murió muy joven en un accidente de tráfico y un yo de no más de doce años, todos mirando a la cámara en una oportunidad en que, según recuerdo, celebrábamos el cumpleaños de aquel que no producía eco. A partir de esa imagen, sin embargo, debo reconocer que mi atención, comenzó a trasladarse hasta los recuerdos de aquel chico de la imagen que murió en un accidente de tránsito, poco antes que egresara del colegio. Y es que por más que me esforzaba en recordar su nombre o alguna otra referencia distinta al hecho de su muerte, mi memoria se encontraba una y otra vez con una página en blanco, como si la vida de él hubiese sido realmente aquello que no producía eco alguno. Respecto a su muerte, en cambio, la imagen del cuerpo cubierto de un plástico azul en medio de la calle me resulta todavía tremendamente clara, como un hecho concreto, nítido y sin eco que se convierte en un hito desligado del extraño continuo que algunos llaman vida, principalmente porque carecemos de una palabra más precisa para poder nombrarlo. 

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