jueves, 17 de mayo de 2018

Una novela en seis días.


Cuando aún no cumplía los diecisiete escribió una novela en seis días. Estaba orgulloso de aquello y se lo decía a todo el que veía. Cerca de doscientas páginas. Quince personajes. Todo en seis días. Según él, su novela tenía pequeños errores, pero no quería corregirla ya que debía entonces sumarle otros días. Y decir seis era lo más genial de todo aquello. Igualito que Dios y la creación del mundo. Todo en seis días, me refiero. Y había que considerar que la de Dios se había iniciado incluso con menos personajes. Pasó así el tiempo y él siguió contando lo de su novela. Nunca publicó ni hizo nada con ella salvo contar aquello de los seis días y un poco sobre su argumento. Una especie de historia de gángsters, romance y otros cuantos tópicos adolescentes repartidos en esas doscientas páginas. Una mierda de novela, por cierto, pero poco importaba ya que la gracia eran los seis días. Las doscientas páginas. La supuesta genialidad. Los quince personajes. Entonces él sacó vara copias de su novela. Comenzó a repartirlas entre sus conocidos quienes la reciban agradeciendo el gesto. Yo fui uno de ellos, por cierto. Ninguno terminó de leerla. Algunos mentimos sobre aquello. Yo avancé lo suficiente para darme cuenta que era una mierda. Una mierda intrascendente, me refiero. Creo que fueron cincuenta páginas. Le mentí por supuesto y hablamos de los seis días. De las doscientas páginas. De los quince personajes. Si alguna vez escribía otra se comprometió a prestármela. Nunca lo haría, por supuesto. Envejeció como todos. Con un trabajo normal. A mal traer en lo afectivo. Un poco podrido, digamos, como todos nosotros. O como la generación entera. O como el mundo. 

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